Desde hoy no hay que ir muy lejos para ir a la Antártida. Basta con
desplazarse a la parte alta de Barcelona. Allí, en el museo Cosmocaixa, se ha
instalado el módulo laboratorio original de la Base Antártica Española Juan
Carlos I, el lugar en el que trabajaban nuestros primeros científicos en el continente polar en los años ochenta. La Base Antártica es visitable y no hace
falta ir muy abrigado.
La base, aunque pura historia de la exploración polar, no es un edificio
muy espectacular ni presenta el dramatismo de otras construcciones antárticas. En
realidad, el módulo de la base española sugiere una caseta de obra como la que
se puede ver en cualquier construcción. Eso sí, está bien climatizada y dotada
de toda una panoplia de instrumentos científicos. La
oceanógrafa y bióloga barcelonesa Josefina Castellví, (primera mujer en dirigir
una base antártica), ha sido la primera esta mañana en visitar la base junto
con el presidente de la Fundación Bancaria La Caixa, Isidro Fainé. El módulo
laboratorio y el equipo de la época, cedidos por el Instituto de Ciencias del
Mar y la Unidad de Tecnología Marina, han sido restaurados e instalados en
Cosmocaixa para recordar la aventura científica polar española. Esa aventura
comenzó en 1986 cuando cuatro científicos del CSIC (Agustí Julià, Joan Rovira,
Antoni Ballester y Castellví) plantaron su tienda de campaña en isla Livingston,
en la punta de la península Antártica.
En la actualidad hay dos bases antárticas españolas: Juan Carlos I y la
militar Gabriel de Castilla, en la isla Decepción.
Josefina Castellví, que miraba con fría nostalgia su antigua base, ha destacado
la importancia de contar con bases en el continente polar para desarrollar
proyectos científicos, puesto que la Antártida es “un laboratorio natural“ y
“sus condiciones no se pueden reproducir”. Las bases como la que ahora se ha
reinstalado en Cosmocaixa convertida en pequeño museo dentro del museo,
“permiten observar y experimentar in situ la vida, los procesos
naturales y las características únicas de ambientes extremos como los que hay
en los ecosistemas polares”, añade.
MARÍA PIRJOL
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